Capítulo O3
—Cariño, ¿seguro que estás bien?
—Sólo un poco cansada —repuso Joanne, consciente de que llevaba medio minuto parada frente al espejo—. Voy a ver qué tal está Tyler y luego pondré las patatas a calentar.
—Tyler sigue viendo el vídeo que le pusiste antes de marcharte, y las patatas ya están asándose. Por cierto, la señorita Henderson, la directora del colegio, ha llamado mientras estabas fuera. Dice que abren el lunes y que puedes llevar a Tyler si te apetece.
Gracias a Dios, pensó Joanne. Un niño de cuatro años sin nada que hacer era como estar ante un tornado aguardando a que se calmara. Estaría mucho más entretenido jugando con otros chicos, y ella estaría más relajada... O al menos eso había creído hasta.
—Acuéstate un rato —le recomendó su madre—. Te avisaré cuando la cena esté lista.
Sí, unos minutos a solas le iría bien para serenarse, se dijo Joanne mientras iba a su vieja habitación. Ver a Álvaro sólo había sido una coincidencia desafortunada, lo más probable fuera que estuviera de paso por la ciudad para saludar a Jordi y, aunque pensara quedarse unos días, Mullingar no era tan pequeña, de modo que la probabilidad de cruzarse con él de nuevo era prácticamente inexistente.
Antes de entrar en su dormitorio, Joanne se acercó a su padre para darle un beso en la mejilla. Se había jubilado hacía sólo seis meses y tenía demasiado tiempo libre. Incluso a pesar de llevar treinta y seis años casados, a su madre, que tenía más paciencia que una santa, le estaban entrando ganas de estrangularlo. Y si había estado pesado antes de la operación, desde entonces estaba el doble de gruñón.
— ¿Quieres algo, papi? —le preguntó.
—Tráeme un whisky y un puro —contestó él con voz ronca—. Te pagaré en efectivo.
—El dinero no me servirá de nada si estoy muerta. Mamá dice que no puedes tomar alcohol ni tabaco hasta que no te hayas recuperado y como te oiga toser por mi culpa nos dará tina paliza a los dos.
El padre de Joanne se limitó a murmurar algo sobre esposas histéricas e hijas desagradecidas.
Y sonó el timbre.
— ¿Puedes abrir? —Le pidió Janet desde la cocina—. Jim Becker va a traernos unas muletas para papá.
Joanns sonrió al ver que su padre escondía la cabeza en el periódico. Sabía que era un hombre testarudo, pero si alguien podía controlarlo ésa era su madre.
Salvo por su encuentro con Álvaro en el supermercado, se alegraba de haber vuelto a casa. Había echado de menos el olor fragante de la cocina, las cancioncillas que tarareaba su madre, hasta el carácter hosco de su padre. La vida se le había complicado mucho en los últimos años, comprendió de repente.
Y por eso tenía que disfrutar de su estancia en Mullingar. Disfrutar de Tyler y de la compañía de sus padres. Hacía mucho que había dejado atrás el pasado. Para ella sólo existía el presente.
El timbre volvió a sonar y cuando Joanne abrió la puerta, el pasado que había dejado atrás apareció frente al umbral, mirándola con unos ojos brillantes.
Álvaro no recordaba haber visto unos ojos tan oscuros y grandes... ¿y nerviosos?
De modo que sí que seguía siendo tímida, pensó con agrado. La mayoría de las mujeres parecían demasiado seguras de sí mismas, casi intimidantes incluso. Le gustaba que vacilaran un poco; sobre todo si él era la causa de tal inseguridad.
—Perdiste la tarjeta en el mercado y compré un billete para dos a Jamaica. Pensé que no te importaría —bromeó Álvaro—. Nos vamos la semana que viene.
Lo miró, pestañeó y agarró la tarjeta de crédito.
—Gracias.
Y luego le cerró la puerta en las narices. Lo cual no era precisamente lo que él había esperado.
Puede que la Joanne Smith que recordaba fuera tímida, pero también era amable, pensó Álvaro intrigado.
Notó que la señorita Philips, la vecina de al lado, estaba regando las plantas del jardín. Había trabajado en el Reformatorio de Mullingar durante la estancia de Álvaro allí, y ya entonces era mayor. Ahora parecía mucho más frágil y fingía no haber visto que Joanne le había dado con la puerta en las narices.
Puede que ésta siguiera viéndolo como una especie de criminal, aunque ya hubieran pasado veinte años de su paso por el reformatorio. Su «pecado» había sido darse una vuelta con Linda Landsky en la nueva moto del hermano de ella. No había ocurrido nada, pero Bobby Landsky no se había mostrado comprensivo. Y el juez tampoco.
Aunque no le había importado ir al reformatorio. Allí había conocido a Jordi y Alejandro, le daban de comer todos los días y nadie le pegaba en el estómago por dejar la ropa en una silla o poner la música muy alta. De hecho, casi habían sido unas vacaciones para él.
Pero de eso hacía mucho tiempo. No era posible que ésa fuera la causa del nerviosismo de Joanne.
Miró la puerta y frunció el ceño. Sabía que tenía trabajo pendiente y que debía marcharse; pero Álvaro Herreros no era un hombre que le huyera los desafíos. Y esa Joanne Smith, fuese quien fuese, era, sin duda, todo un desafió.
Volvió a llamar a la puerta y esta vez fue Janet Smith la que la abrió, segundos más tarde.
- !Álvaro Herreros!, ¡qué sorpresa tan agradable! Pasa, pasa —lo invitó—. No te veía desde la boda. Joanne, cariño, ¡mira quién ha venido!
Joanne se tomó un instante para calmarse y luego se giró con una sonrisa en los labios.
—Nos topamos en el supermercado —comentó Álvaro.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —Le preguntó Janet a su hija—. Bueno, ya que has venido, llegas a tiempo para cenar. Y no admito un no por respuesta. Te gusta el asado con patatas, ¿verdad, Álvaro?
—Me encanta —repuso éste—. ¿Necesitas guisantes? —le ofreció luego a Janet.—¡Qué detalle! —exclamó ésta—. Precisamente había mandado a Joanne por una lata; pero se olvidó de la lista —añadió, al tiempo que la hija se sonrojaba.—Saben riquísimos con crema de champiñones —apuntó Álvaro.—¿Sabes cocinar? Es fantástico, Joanne. Sabe cocinar —le dijo Janet—. Cielos, tengo que ocuparme del postre. Joanne, cariño, lleva a Álvaro a que salude a papá.
Niall observó un ligero temblor en Joanne cuando su madre los dejó a solas. Se quedó rígida como un poste y batalló entre mostrarse educada y echarlo a patadas de la casa.
Se debiera a lo que se debiera, Álvaro tuvo la certeza de que ahí había algo más que mera timidez.
Un desafío y un misterio... Ya sólo quedaba que lograse hablar con ella.
—He oído que te casaste.
—Sí —repuso Joanne.
Álvaro frunció el ceño. Se suponía que tenía que haber respondido que se había divorciado.
—Y también he oído que te has divorciado.
—¿Ah, sí?—Y que eres periodista de un diario de Londres. Con tu propia columna y todo — insistió Álvaro.
—Has oído muchas cosas.
— ¿Y es verdad?
— ¿Qué soy periodista?
—Que te has divorciado.
—Sí.
•Nombre del libro y del autor: Anna vestida de sangre - Kendare Blake.
•Nombre del gato y de su dueño, si es que lo tiene: Tybalt, su dueña es la mamá de Cas.
•Características del gato: Es negro con ojos verdes.
•Fragmento que compruebe la existencia del gato: La luz de los faros atraviesa el jardín e ilumina la fachada de la casa y, entonces veo dos puntitos verdes: son los ojos del gato de mi madre. Cuando llego a la puerta principal, ha desaparecido de la ventana. Irá a decirle que he llegado a casa. Tybalt, ese es su nombre.
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