Capítulo 19
Ese día la había invitado a dar una vuelta en moto. De verdad.
El viento soplaba contra su cara mientras avanzaban vertiginosament e por la autopista.
—¿Adónde vamos? —le preguntó Joanne, rodeando a Álvaro por la cintura con los brazos, cuando éste se desvió hacia una carretera que subía hacia las montañas.
El viento soplaba contra su cara mientras avanzaban vertiginosament
—¿Adónde vamos? —le preguntó Joanne, rodeando a Álvaro por la cintura con los brazos, cuando éste se desvió hacia una carretera que subía hacia las montañas.
Pero él no respondió. Se limitó a cambiar de marcha y a girar. Como si fueran un sólo cuerpo, Joanne se inclinó hacia el mismo lado que Álvaro, aplastando los pechos contra la espalda de él.
Luego ascendieron entre pinos y abetos, hasta que, por fin, después de decelerar y adentrarse en un sendero del bosque, Álvaro detuvo la moto, se quitó el casco y la ayudó a bajar.
—¿Dónde estamos? —preguntó Joanne con voz y piernas temblorosas.
—Ven — Álvaro sacó una manta de la parte trasera de la moto, le agarró una mano y comenzó a andar.
Varios minutos después, cuando ya empezaba a faltarle el aliento para seguir el ritmo de Álvaro, sin resuello por la proximidad de éste y la pendiente del camino, llegaron a una cumbre desde la que se divisaba un arroyo serpenteante, orillado por exuberante césped, que espejeaba la puesta de sol.
—Es precioso —exclamó ella.
—Pensé que te gustaría —dijo Álvaro mientras extendía la manta.—¿A quién no? —Joanne recostó la espalda sobre la ancha explanada de su pecho y pensó que, si fuera posible detener el tiempo, ése sería el momento ideal—. ¿Cómo encontraste este sitio?—Por casualidad. Tenía trece años y estaba enfadadísimo. Me habían echado del colegio por fumar en el gimnasio y, como sabía que no podía volver a casa tan temprano, agarré mi bicicleta y empecé a pedalear hasta que llegué aquí. Para mí fue todo un descubrimiento.
—¿Tú solo?
—¿Preguntas si venía con chicas?
—Me refería a Jordi y Alejandro —mintió Joanne, fingiéndose indignada.
—Sí, claro —se burló Álvaro —. La respuesta es no, en cualquier caso. Nunca había traído aquí a nadie. Jordi y Alex ni siquiera saben que este sitio existe. Necesitaba tener un escondite que fuera mío, donde nadie pudiera localizarme.
Y, sin embargo, la había llevado a ella... Incapaz de articular palabra, se giró para mirarlo y vio en la expresión de su cara al niño solitario, repudiado por su propia madre, abandonado a la tutela de un padrastro borracho.
Con lágrimas en los ojos, se giró entre los brazos de Álvaro, lo rodeó por la cintura y le dio un abrazo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó él al verla llorando.
—Yo... —quiso decir que lo quería, pero se detuvo a tiempo— Lo siento... Siento mucho que tu madre te dejara con ese hombre tan horrible. Eras sólo un niño, no te lo mereces
—Joanne, el pasado es historia y nadie puede cambiarlo —dijo Álvaro , conmovido—. Y el futuro es incierto, así que... sólo importa el presente —añadió.
Sin embargo, en ese instante, con Joanne acurrucada entre sus brazos, se dio cuenta de que el futuro comenzaba a importarle más que en toda su vida, deseoso de poder compartir el resto de sus días junto a ella, con Tyler.
¡Dios!, ¡se había enamorado de verdad!, comprendió con asombro.
—¿En qué piensas, Álvaro? —quiso saber Joanne.
Se imaginó la cara de estupefacción que debía de tener, pero no era el momento adecuado de decirle lo que estaba sintiendo, pues lo más probable sería que Joanne echara a correr a Londres.
En cualquier caso, en los pocos días que les quedaban, haría todo lo posible para demostrarle que ella también lo amaba a él. No podía dejarla escapar.
—Joanne, ¿tienes idea de lo que me estás haciendo? —le preguntó conmovido mientras le acariciaba el cabello y le secaba con los labios una lágrima que le caía por la mejilla.
Luego bajó la boca y ella entreabrió los labios para darle la bienvenida, le rodeó el cuello mientras él deslizaba las manos espalda abajo, hasta el trasero, y la apretó contra sí. Después se dejaron caer sobre la manta, con suavidad, y mientras Álvaro la sujetaba sentado, ella le rodeó la cintura con las piernas, moviendo el cuerpo con la misma sensualidad que sus lenguas.
Álvaro necesitaba entregarse a ella, no sólo en cuerpo, sino también con toda su alma. Introdujo las manos por debajo del top de Joanne y las deslizó por su terso estómago. Cuando le desabrochó el sostén y se llenó las manos con sus pechos, Joanne se estremeció y gimió su nombre, echó la cabeza hacia atrás, levantó los brazos y se dejó sacar el top. La sangre le latió en las sienes al verla, semidesnuda, con los senos firmes y elevados, y los pezones endurecidos de excitación.
Joanne se arqueó al sentir los labios de Álvaro sobre una de sus cumbres, susurró el nombre de éste, una y otra vez, hasta que él cambió de pecho y la siguió saboreando.
Tampoco ella podía contenerse. Primero le quitó la chaqueta de cuero, luego la camisa y, torso a torso, restregó sus senos por el pecho de Álvaro, que de nuevo buscó su boca, al tiempo que los dos se desabrochaban los cinturones de los vaqueros.
Entonces se tumbó, la atrajo hacía sí mismo y Joanne paseó los labios por su pecho, y fue bajando... hasta deshacerse de sus calzoncillos.
Erecto de ansiedad, respiró profundamente juró que no volvería a hacer el amor si ella no formaba parte de su vida. Tenían que estar siempre juntos, pensó desesperado, o se volvería loco.
Álvaro la subió, terminó de desnudarla, la besó con fiereza y la tumbó boca abajo.
Luego se acomodó entre sus piernas y observó el deseo en los ojos titilantes de Joanne, los cuales reflejaban el brillo de la luna impaciente, ya en el horizonte.
La penetró con suavidad y, de pronto, el mundo entero desapareció. Estaba a solas con Joanne y aquello era el mismo cielo. Se perdió allí, ahondando en el éxtasis de su pasión, y se sintió en casa, pletórico y redivivo.
Por su parte, a pesar de que el cielo estaba despejado, Joanne estaba convencida de que los truenos estallaban y los rayos centelleaban en las alturas, como si se hallaran a la intemperie, en medio de una tempestad.
Lo oyó gemir su nombre, notó el calor de sus arremetidas,, más profundas cuanto más le arañaba la espalda con las uñas. Y el corazón se le aceleró, la respiración se le entrecortó, los sentimientos se le descontrolaron,
Y gritó, notó que el cuerpo se le tensaba, los espasmos la azotaron como una ola contra el malecón... y sólo al final llegó el silencio, cómplice y glorioso.
Permanecieron abrazados mientras una suave brisa los acariciaba. Álvaro se apartó un segundo para estirar la manta y cubrir a Joanne, se miraron sonrientes, saciados de inconfeso amor.
—¡Guau! —susurró él con voz ronca.
—Sí, ¡guau! —repitió ella, riéndose. No era muy poético, pero sí harto descriptivo.
Y, sin embargo, en medio de tanta dicha, irrumpió un pensamiento amargo: ¿cómo podía sentirse tan feliz existiendo secretos entre ambos?, ¿acaso no se merecía Álvaro más?
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