martes, 6 de octubre de 2015

Quédate Conmigo (Adaptada)



Capítulo O8


Gracias por acercarme, cariño —dijo Janet Smith tras salir del coche de Joanne—. Ruby Peterson me llevará a casa después de la partida de bridge y tu padre estará encerrado en la habitación viendo el partido de fútbol. Disfruta de una velada tranquila.¿Estás segura de que puedes quedarte con Tyler? —preguntó Joanne, temerosa de quedarse a solas y tener demasiado tiempo para pensar.Por supuesto. Ruby va a traer a su nieto Tommy. Seguro que lo pasan bien juntos. Dale un beso a tu mamá, Tyler.


Este obedeció gustoso y Joanne sonrió mientras le ajustaba el cuello de la camisa.
La abuela dice que Tommy va a traer sus coches teledirigidos y que yo también puedo jugar.Sobre todo, pórtate bien —repuso Joanne mientras le acariciaba el pelo cariñosamente.Joanne cariño —arrancó entonces Janet, tras mirar con el ceño fruncido las dos cestas de pastas que llevaba en las manos—.Creo que he hecho demasiadas pastas. ¿Por qué no te acercas a casa de Álvaro Herreros y le dejas una de las cestas?

Joanne sabía que se trataba de una encerrona. Su madre no había dejado de hablar de lo guapo que Álvaro era y de que seguía soltero; pero también sabía que si le decía a Janet que no estaba interesada en él, ésta insistiría aún más.
Claro, mamá.

Más tarde, mientras giraba por la carretera Ridgeway, pensó en tirar las pastas por la ventana, pero la idea de desperdiciar alimentos la disgustaba. Y si se las comía ella todas, sólo conseguiría acabar con dolor de estómago.

Pero no quería ver a Álvaro. Ya lo había visto más que suficiente. La visita a su taller el sábado anterior, el helado en la ciudad...

Eso había sido lo peor: ver a Álvaro y a Tyler reírse juntos mientras discutían sobre el mejor sabor de la heladería .Y cada vez que Álvaro la había mirado, cada vez que le había lanzado una sonrisa, ella había notado como si se le formara un nudo en el pecho. Por eso no quería estar tranquila; porque estaba segura de que recordaría la escena en el despacho cuando éste había estado a punto de besarla...

Miró hacia la cesta de las pastas y decidió que la solución era escribir una nota. La dejaría delante de su puerta y Álvaro la encontraría a la mañana siguiente.

En ello resuelta, estacionó en el aparcamiento de su taller y apagó el motor. Luego garabateó unas líneas en un trozo de papel y salió del coche.

La noche era cálida, una suave brisa soplaba entre los árboles, y la luna brillaba en medio del cielo constelado.

Por mucho que le gustara Iglaterra, debía reconocer que el cielo era más hermoso en Mullingar. ¡Había tantas cosas que echaba de menos cuando no estaba en la casa en que había nacido!

Había pensado en regresar en más de una ocasión. Podría trabajar como autónoma, o colaborar con algún periódico local. El trabajo en Londres había empezado a hacérsele pesado. Aquella baja temporal le había venido de maravilla, no sólo por sus padres, sino por ella misma también. Además, quería que su hijo pudiera ver a sus abuelos todo el tiempo, en vez de comunicarse con ellos por carta o por teléfono.

Pero ya no podía ver cumplido su sueño.

Ya no podría volver a Mullingar definitivamente; no, estando allí ya Álvaro Herreros.

La puerta del taller estaba abierta, había luz en el interior, la radio sonaba de fondo y Álvaro cantaba acompañando la música. Dio unos pasos y lo vio trabajando, con un destornillador en una mano y un carburador en la otra.
Se permitió contemplarlo unos segundos, admirar la extensión de sus hombros y la potencia de sus muslos, ceñidos contra los vaqueros desgastados...

El pulso se le aceleró y comenzó a respirar con dificultad. El mero hecho de mirarlo la hacía desear cosas que jamás podría tener.

Entonces, justo cuando iba a dejar la cesta y darse media vuelta, Álvaro se giró y sonrió al reconocerla:
Vaya, vaya, ¿qué te trae a la cueva del lobo? —preguntó él mientras se limpiaba las manos con un trapo.Mi madre pensó que quizá te apetecerían unas pastas —repuso Joanne.¡Qué detalle! —agradeció Álvaro, sin quitar la vista de Joanne, mientras aceptaba la cesta.Bueno, tengo que irme...Quédate un rato —la detuvo Álvaro—. Al menos tómate una pasta conmigo. Odio comer solo.De acuerdo... —cedió Joanne, vacilante—. Pero sólo una.

Mientras Álvaro se lavaba las manos, ella se acercó a una motocicleta, grande y potente, con un sillón de cuero negro nuevo. Lo único que le faltaba era el motor.
—¿Es tuya? —preguntó cuando Álvaro había vuelto.De un amigo. Solíamos montar juntos... ¡Pastas de chocolate! — exclamó entusiasmado tras quitar la servilleta que cubría la cesta—. Están deliciosas —añadió tras dar un primer mordisco y ofrecerle una a Joanne.Se lo diré de tu parte —aseguró ésta—. ¿Por qué has dejado el circuito? —preguntó a continuación, devolviendo la mirada hacia la moto.Ya iba siendo hora —repuso Álvaro sin más—. Demasiados hoteles, demasiados restaurantes.¿Y mujeres? —preguntó Joanne a su pesar.No te creas lo que dicen los periódicos sensacionalistacontestó él con una amplia sonrisa en los labios.Lo siento, no debería habértelo preguntado —se disculpó ella, ruborizada—. No es asunto mío.No tengo secretos —comentó Álvaro entre dos galletas—. ¿Y tú, Joanne Smith? ¿Tienes secretos? —añadió susurrante.

El corazón se le detuvo, pero la proximidad de Álvaro lo hizo acelerarse al instante. ¿Secretos? Ella nunca podría contarle sus secretos, se dijo Joanne mientras lo veía morder una pasta con sensualidad.
¿Damos una vuelta? —prosiguió Álvaro.¿Una vuelta?¿Alguna vez has montado en moto? —le preguntó él—. Entonces te estrenarás conmigo —añadió después de que Joanne denegara con la cabeza.Pero no tiene motor —acertó a balbucear ésta.No hace falta —repuso Álvaro. Entonces la rodeó con las manos por la cintura y la elevó. Joanne exhaló un suspiro, pasó una pierna sobre la moto y, de modo instintivo, agarró el manillar—. Tú tienes el control, Joanne. Siéntelo —añadió, tras sentarse detrás de ésta y agarrarla por las caderas.

Y lo sintió. Logró contagiarse de aquel juego ilusorio y se dejó llevar por la emoción del momento.
¿Adónde vamos? —preguntó sin aliento.¿Donde te apetezca, cielo. Tan lejos y rápido como quieras.



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