Capítulo 13
—No, si yo te veo primero —murmuró ésta mientras él se marchaba. Todavía no sabía si sentirse aliviada o decepcionada por la irrupción de Álvaro. La idea de zurrar a Roger personalmente le producía cierto placer; pero, por otra parte, que Álvaro acudiera a su rescate también le producía placer... aunque de otro tipo muy distinto.
—Creo que éste es el momento en que yo tengo que llorar y gritar ¡mi héroe!
—Habría tirado a ese estúpido por la barandilla del mirador —aseguró Álvaro, aún disgustado con Roger.
Joanne esbozó una sonrisa—. Recuerdo un incidente con Roger y un contenedor de basura cuando tenía trece años —añadió.
—Uno de mis mejores recuerdos.
—Y de los míos... ¿Recuerdas por qué lo tiraste a la basura?
—Tratándose de Roger, pudo ser por mil razones.
—Lo hiciste por mí.
—¿Ah, sí?
—Sí, estábamos en el recreo. Roger se había estado burlando de mí y al final me quitó mi sándwich y lo tiró a la basura. Entonces llegaste tú y lo lanzaste al contenedor.
—Me entraron ganas de ponerle un ojo morado —comentó Álvaro mientras le acariciaba una mejilla a Joanne—. Así que lo hice por ti, ¿eh?
—Recuerdo cada detalle, hasta la ropa que llevabas —reconoció ella—. Nadie había defendido nunca a la tímida y pequeña Joanne Smith y cuando los otros chicos se pusieron a aplaudir, me sentí como la princesa que ha sido rescatada por su caballero de brillante armadura...
Los ojos de Álvaro se oscurecieron y la miraron con una intensidad que la hizo temblar.
—¿Eso es lo que nos une, Joanne? —preguntó con calma—. ¿Por eso siento que hay algo entre nosotros; algo que debería recordar, pero parece haberse borrado de mi memoria?
—Entre nosotros no hay nada, Álvaro —aseguró ella, paralizada por el miedo—. Sólo crecimos en la misma ciudad y fuimos al mismo colegio. Yo me enamoré de ti de pequeña, como casi todas las chicas de la clase. Nada más. Esa Joanne ya no existe. Ha crecido y vive en el mundo real, donde la gente asienta sus relaciones en compromisos laborales y afectivos, en vez de en fantasías infantiles y aventuras de una noche.
Álvaro se puso serio, apretó la mandíbula y, después de varios segundos, habló:
—Te llevo a casa, vamos —dijo con voz neutra.
Por supuesto que quería llevarla a casa, pensó Joanne. Ahora que por fin se había convencido de que no podría acostarse con ella, quería verla desaparecer cuanto antes. Lo que no era de extrañar, con tantas mujeres como había dispuestas a complacerlo. La noche era joven y todavía podía encontrar algún bombón con la que celebrar una fiesta privada..
—No te preocupes por mí, Álvaro —contestó ella finalmente—. Volveré a casa en taxi.
—Yo te he traído y yo te llevaré a casa —insistió Álvaro, agarrándola por un codo.
—Pero...
—No discutas conmigo, Joanne —sentenció
Luego, tras salir del mirador, se chocaron con varios invitados, que paseaban por la parte trasera de la casa.
—Ni siquiera me he despedido de Jordi y Elsie —protestó Joanne, haciendo esfuerzos por seguir el paso de Álvaro.
—Ya los llamaré yo mañana —contestó éste.
Entraron en la casa y fueron directos hacia un dormitorio que hacía las veces de ropero—. Te espero en la camioneta —añadió cuando le hubo abierto la puerta de la habitación.
Joanne abrió la boca para protestar, pero Álvaro desapareció antes de que las palabras salieran de sus labios. ¿Sería posible?, ¿quién se creía que era?
Agarró su abrigo de la cama, se lo puso y se colgó el bolso de un hombro. ¿Cómo podía ser tan arrogante?
—Hola, de nuevo —la saludó Roger de pronto, al tiempo que cerraba la puerta del dormitorio—. He visto que Álvaro se ha marchado, así que tal vez podríamos seguir charlando.
—No tenemos nada de que hablar. Y ahora, si me disculpas, me gustaría pasar.
—Tenemos que recuperar el tiempo perdido, Joanne —insistió Roger—. Hace años que no nos vemos.
—No los suficientes, Gerckee.
—Si éste no la hubiera sujetado por un brazo y si ella no hubiera estado tan irritada, quizá no lo hubiese hecho; pero Roger la estaba reteniendo y sí estaba muy irritada, de modo que, con un ligero giro, dejó a Gerckee tumbado en el suelo.
—No vuelvas a tocarme, ¿está claro? —lo amenazó Joanne—. Buenas noches —se despidió, después de que él asintiera con la cabeza.
Salió de la casa y, cuando llegó a la camioneta de Álvaro, lo encontró esperándola impaciente.
—Por qué has tardado tanto?
—He tenido que echarle una mano a una persona —repuso sin más detalles—. Te has pasado la calle —apuntó tras varios minutos de tenso silencio, al ver que Álvaro no giraba por Woodrow.
—No.
—¿Cómo que no? Sabes de sobra que tienes que girar por Woodrow para ir a casa de mis padres.
—Perfectamente.
—Dijiste que me ibas a llevar a casa —protestó Joanne.
—Y te voy a llevar a casa —detuvo el coche, bajó y abrió la puerta de Joanne—. A mi casa.
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