Capítulo 21
—¿Álvaro? —Joanne avanzó, entró en el despacho y al verlo sentado, casi en penumbra, sin decir nada ni moverse, sólo mirándola, se sobresaltó—. ¿Estás bien? —sólo habían pasado dos horas desde que se había despedido de él, pero era obvio que algo terrible había ocurrido.
—Siéntate, Joanne —le pidió con una voz tan fría que la aterrorizó.
—¿Qué pasa? —inquirió ansiosa.
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—¿Qué? —preguntó helada.
—Lo de Tyler... Que es mi hijo —añadió al ver que Joanne no decía nada.
—Siéntate, Joanne —le pidió con una voz tan fría que la aterrorizó.
—¿Qué pasa? —inquirió ansiosa.
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—¿Qué? —preguntó helada.
—Lo de Tyler... Que es mi hijo —añadió al ver que Joanne no decía nada.
¿Cómo?, ¿cómo se había enterado?, se preguntó desesperada.
Álvaro puso una cinta en el equipo de música y ambos oyeron la voz de Joanne al comprobar el funcionamiento de la grabadora.
—Lo... lo hice esta mañana.
—Lo hiciste hace cinco años —repuso Álvaro, tras denegar con la cabeza—. El periódico te había pedido que me entrevistaras y te dejaste la cinta en el cuarto de baño de mi dormitorio. La guardé como recuerdo de una noche gloriosa con una mujer sin nombre ni rostro... ¿Es así cómo entrevista a todos los hombres?, ¿te metes en su cama y luego te marchas sin decirles siquiera tu nombre? — añadió dolido.
—No —susurró ella con un hilillo de voz—. No...
—Después de oír la cinta, fue sencillo localizarte. Hace cinco años, justo cuando yo competía allí, tú trabajabas para el periódico de Manchester. Tu antiguo jefe ha sido tan amable de enviarme por fax el artículo que escribiste, con detalles de la carrera y de la fiesta en el hotel, firmado por J. Smith—explicó
—No —acertó a responder—. Tienes que creerme.
—¿Creerte? —se burló Álvaro —. Eso es lo último que haría.
—Hace cinco años —arrancó Joanne, destrozada—, mi jefe me encargó que te entrevistara. Me quedé aterrorizada. El ni siquiera sabía que tú y yo nos conocíamos. Y con lo famoso que eras y el tipo de vida que llevabas, yo misma pensaba que no te acordarías de la pequeña y simple Joanne Smith... Cuando entré en la fiesta que celebraste en la suite de tu hotel, comprendí que no podía enfrentarme a ti. Me iba a marchar, pero un hombre rubio que servía champán pensó que yo había ido a mirar una avería de tu cuarto de baño. Intenté explicarle que yo no pertenecía a la plantilla del hotel, pero había mucho ruido y yo estaba muy nerviosa, así que acabé en el baño, bebiendo champán... Me relajó, me animó a sacar adelante la entrevista... Entonces comprobé que la grabadora funcionaba y, al salir del baño, tu habitación estaba a oscuras... y choqué contigo. Cuando dijiste que me habías visto y que te alegrabas de verme, fui tan tonta que creí de verdad que sabías que era yo. Luego me besaste y ya no pude pensar. Me limité a creer lo que quería creer: que un hombre como tú podía querer a una mujer como yo —finalizó abochornada.
—Me abandonaste —dijo Álvaro con sequedad.
—Me llamaste por el nombre de otra mujer—susurró ella—. Me sentí humillada, había hecho el ridículo... ¿Cómo podía volver a verte?
—¡Estabas embarazada, maldita sea! —gritó Álvaro enfurecido, al tiempo que se levantaba de la mesa.
—Me enteré seis semanas después —replicó Joanne, acongojada—. Hacía mucho que habías vuelto a los circuitos. Y cuando logré reunir el valor para llamarte y hablar contigo, estabas inmerso en un juicio por una demanda de paternidad. Habrías pensado que yo era otra aprovechada que quería sacarte dinero. No soportaba la idea de ver mi foto en todos los periódicos sensacionalista
—Nuestro bebé —espetó Álvaro —. Tenía derecho a saberlo.
— Álvaro, tú ni siquiera sabías que habías hecho el amor conmigo. Si te lo hubiera dicho, ¿habrías creído que la mujer con la que te habías acostado era la pequeña y aburrida Joanne Smith?
Cuando Álvaro se acercó a la ventana del despacho, ella se atrevió a acercarse y rozarle un hombro.
—Eras virgen —dijo él con voz neutra.
—Sí.
—¿Y pensaste que no me importaría? —preguntó Álvaro rabioso—. ¿Creías que llevaba una vida tan alocada, que meterme en la cama con una mujer virgen era el pan mío de cada día? —añadió, aún dándole la espalda.
—No te conocía —admitió Joanne—. Sólo podía imaginarme la vida que llevabas. Y aunque te hubiera podido aportar pruebas de que Tyler era tu hijo, no podía imaginar que te gustaría cambiar de vida. No quería imponerte un bebé que no habías pedido.
—Y te lo quedaste —apuntó Álvaro con amargura..
—Nunca pensé en no tenerlo —Joanne lo miró con dureza—. Lo amé desde el momento en que supe que estaba creciendo dentro de mí. Decidí educarlo sola.
—¿Y Richard?
—Ya te he dicho que Richard fue un error. Por mucho que Tyler necesitara un padre, habría sido peor seguir con un hombre al que no amaba.
—O sea, que en tu vida sólo hay errores, ¿no, Joanne?
—Lo siento, Álvaro —se disculpó ella—. Si quieres, Tyler podría visitarte de vez en cuando. No tendría que quedarse contigo; podría estar en casa de mis padres, para que pudieras verlo cuando tuvieras tiempo.
—¿Visitarlo de vez en cuando? —Repitió Álvaro con dureza—. ¿Cuando tenga tiempo?
—Por favor, tienes todo el derecho del mundo a estar furioso conmigo; pero no odies a Tyler, te lo ruego. El te quiere muchísimo —imploró Joanne.
—¿Odiar a Tyler? —repitió Álvaro, estupefacto—. ¿Acaso crees que podría odiarlo?, ¿tan mal concepto tienes de mí?
—Álvaro, por favor, escúchame...
—No, Joanne. Escúchame tú. Hace una hora estaba dispuesto a suplicarte que te quedaras en Mullingar. Con Tyler. Creía que me había enamorado de ti. Hasta quería casarme contigo —dijo en tono sarcástico—. Para tratarse de la pequeña y simple Joanne Smith, sabes cómo destrozar la vida de un hombre.
—Álvaro... —lo llamó ella sin molestarse en secar las lágrimas que le caían por las mejillas.
—Tu turno ha terminado, Joanne —dijo Álvaro con seriedad—. Ahora soy yo el que va a cuidar de Tyler y tú la única que lo va a visitar de vez en cuando.
—¿Qué? —exclamó Joanne, súbitamente pálida.
—Que vuelvas a Londres si te da la gana; pero no te llevarás a Tyler. Me has robado casi cinco años de la vida de mi hijo y no pienso perderme ni un día más. Y te aseguro que no habrá ningún juez que no se ponga de mí lado.
Joanne sintió que la habitación le daba vueltas. Aquello no podía estar sucediendo.
—No puedes hacer eso —susurró desgarrada—. No puedes quitarme a Tyler. Por favor, perdóname.
—Vas a llegar tarde a tu cita con Elsie, Joanne —repuso él, indiferente—. Cierra la puerta al salir.
Deseó arrodillarse y suplicarle que la escuchara, pero lo vio tan enojado que sabía que no serviría de nada. Álvaro nunca volvería a hablar con ella. Jamás le creería.
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