martes, 15 de diciembre de 2015

Quédate Conmigo (Adaptada)



Capítulo 18


Jordi y Elsie se habían ido a dar un paseo cuando Álvaro regresó junto a Joanne.
¿Sigues enfadado? —le preguntó con una expresión dulce que no encajaba en absoluto con la de una mujer karateka.
—Al menos podías habérmelo contado —repuso Álvaro, refunfuñando adrede, para ver si así conseguía sacarle un beso.
Podía.¿Y?
—No hay mucho que contar. Me acorralé en el dormitorio cuando entré por el abrigo. Yo estaba de mal humor, así que cuando me puso una mano encima, lo volteé y lo tiré al suelo. Fin de la historia.
—De modo que no necesitabas que te ayudara en el mirador, ¿verdad? Yo intentando salvarte, pensando que estarías asustada, y tú solita podías haber despachado a ese imbécil. Lo que te habrás reído de mí.
—No, Álvaro. No me he reído de ti en absoluto —aseguró Joanne—. Me pareció maravilloso. Tú me pareciste maravilloso.
—¿Sí? —Preguntó Álvaro , reparado un poco su orgullo—. ¿Te parecí maravilloso?
—Y dulce.

No sabía si aquello era dulzura, pero la expresión de los ojos de Joanne le detuvo el corazón con un sentimiento que no logró identificar.

—Voy a besarte, Joanne —aseguró Álvaro con anhelo—. No ahora, porque no sería capaz de detenerme. Pero luego, cuando nos quedemos a solas, voy a besarte hasta que no recuerdes ni tu propio nombre.
—De acuerdo —aceptó ella sonriente, tras suspirar con suavidad.

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Te necesito. Sin ti estoy perdido. Por favor, Joanne, haré cualquier cosa. Sólo dime qué quieres y lo haré.

Joanne levantó las cejas pacientemente y se cambió el auricular de una oreja a otra. Thomas Grane, su jefe en el periódico, llevaba llamándola sin parar desde hacía tres días.
Thomas, tengo diez días más de baja. Ya lo hemos discutido: no puedo volver hasta que el doctor diga que mi padre puede conducir de nuevo. La semana que viene, me imagino.
—Joanne, te lo suplico —insistió Thomas—. David Brooks está enfermo, Dan Howard está psicótico y Georgia está amenazando con dimitir.
—¿Y cuál es el problema? —Preguntó Joanne—. Todo sigue como siempre.
—Por favor, por favor, escúchame...

Joanne, cansada de oír los mismos argumentos durante los tres días pasados, giró la muñeca y miró la hora. Álvaro iba a llegar a las cuatro, y ya eran menos diez. No había dicho adónde iban a ir; sólo que llevara vaqueros. El estómago le calambreaba con la misma excitación de cuando era adolescente cada vez que lo veía.., lo que había sido muy frecuente a partir del día del picnic. Demasiado frecuente, sin duda; pero no había conseguido decirle que no.

Álvaro Herreros sabía conseguir lo que quería... lo cual coincidía a la perfección con lo que ella misma deseaba, pensó Joanne sonriente.

Y no sólo se habían pasado el tiempo en la cama. También habían ido al cine, a cenar o a la bolera. Y Tyler los acompañaba siempre cuando paseaban por la mañana.

—¡Joanne!, ¿me estás escuchando? ¡Contesta, maldita sea!
—Sí, Thomas. Estoy aquí y te estoy escuchando: me necesitas, quieres que vuelva inmediatamente, me darás cualquier cosa a cambio...

De pronto, alzó la vista y se encontró a Álvaro apoyado en el quicio de la entrada a la cocina, observándola. Llevaba unos vaqueros, una chaqueta de cuero negro, camiseta blanca y botas negras. Estaba de infarto.

Este avanzó hacia ella, bajó la boca y la besó con ternura.

—Tengo que colgar, Thomas —dijo Joanne sin resuello—. La casa se está quemando y tengo que llamar a los bomberos.

Después, nada más colgar, Álvaro le acarició el cabello y le inclinó la cabeza para poder besarla con más profundidad.

—¿Quién estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que volvieras? —le preguntó—. Necesito un nombre antes de matarlo.
—Thomas Crane, mi jefe. Y no hace falta que lo mates. Ya lo haré yo misma —contestó Joanne—. No te he oído llamar.
—Tu padre estaba en la entrada y me invitó a pasar.
—Bueno —Joanne agarró una chaqueta y se la puso—, deja que me despida de Tyler y de mamá.
—¿Entonces vas a hacerlo? —le preguntó Niall.
¿Qué?—¿Te vas a marchar?

La intensidad de su voz y de sus ojos le hizo dar un vuelco a su corazón. No habían vuelto a hablar de la duración de su relación desde el día del picnic, así como no se habían hecho promesas sobre su futuro.

—¿Intentas librarte de mí? —se obligó a bromear.
—¿Te vas a marchar? —insistió Álvaro.
—No hasta que mi padre se recupere del todo —repuso Joanne con la voz quebrada por la emoción—. Dentro de unos días, como poco.
—¡Álvaro!

Los dos se giraron al oír el animoso saludo de Tyler. Y, entonces, al ver a Álvaro agacharse sonriente para abrazar al pequeño, a pesar de lo serio que había estado hasta ese momento, le entraron ganas de llorar, conmovida.

—Hola, colega —dijo Álvaro —. ¿Cómo te va?
—¿Puedes venir el viernes al cole y hablar de tu trabajo? Mi maestra quiere que todos los papás y mamás nos cuenten lo que hacen y yo sé que tú no eres mi papá, pero le he preguntado a mi profe si podías venir y dice que sí. ¿Vas a venir?
—Por supuesto... si a tu madre no le importa.
—No le importa, ¿verdad, mamá? —le preguntó Tyler a Joanne.

Álvaro notó que ella vacilaba y sintió una punzada de rabia. Sólo les quedaba una semana y Joanne ya estaba distanciándose, poniendo barreras entre ambos, como antes de la fiesta de Jordi y Elsie. Aunque quizá no se mostrara tan fría si se lanzaba encima de ella y la besaba hasta anular su parte racional

—¿Puede, mamá? —insistió Tyler.
—Claro, cariño —aceptó Joanne por fin—. Si tiene tiempo.
—Lo tengo —aseguró Álvaro , a pesar de que era precisamente el tiempo lo que se le estaba acabando a toda velocidad.

Joanne se había permitido abandonarse a la pasión, había sido participé de la alegría de vivir de Álvaro, se había sentido deseada, salvaje y libre; pero ese día era especial.





 

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