martes, 29 de septiembre de 2015

Quédate Conmigo (Adaptada)



Capítulo O7


—Hola, Jordi —Joanne sonrió—. Me sorprende que te acuerdes de mí.
—Me acuerdo de Joanne Smith —repuso él—. Pero no me acuerdo de ti —matizó Jordi.
—Gracias, supongo... Este es mi hijo, Tyler. Tyler, el señor Wild —los presentó a continuación.
—Llámame Jordi —le dijo éste al pequeño, tras arrodillarse para ponerse a su altura y estrecharle la mano.
Álvaro vino a cenar anoche y mi madre espachurró mi bici y Álvaro dice que puede arreglarla y que yo puedo ayudarlo.
—¿En serio? —Jordi miró a Álvaro sonriente—. Pues has venido al lugar apropiado. Álvaro puede arreglar cualquier cosa. Hasta hará que la bici vaya más rápida.
—¿De verdad, Álvaro? —preguntó Tyler, ilusionado.
—Seguro, pequeño —repuso Álvaro sonriente, tras fruncirle el ceño a Jordi.
— ¿Quieres ver mi bici? —le preguntó Tyler a Jordi.
—Por supuesto —Jordi agarró la mano del pequeño—. Venga, enséñamela.


Desaparecieron antes de que Joanne pudiera protestar y, de pronto, se quedó sin respiración al hallarse a solas frente a Álvaro.

Se había remangado la camisa hasta los codos, lo que dejaba al descubierto sus potentes antebrazos. Unos vaqueros azules se ajustaban a sus piernas musculadas... De alguna manera, todo él resultaba masculino y sexual.

Sabía que Álvaro la estaba mirando, sonriente, como si estuviera leyéndole los pensamientos. Entonces, cuando sonó el teléfono móvil, Álvaro se giró. para responder. Joanne exhaló un suspiro y se dio una vuelta por el taller para relajarse. Estaba limpio, pensó: el suelo de cemento brillaba, las paredes estaban recién pintadas y el sol entraba por las ventanas, inmaculadas. Había varias motos en una pared, pendientes de reparación, así como llantas, tubos de escape y varios sillines. A pesar de su desconocimiento, notó que eran motos potentes, formidables, al igual que el hombre que las reparaba, se dijo ruborizada.

Se obligó a no abandonarse a las fantasías eróticas que se agolpaban en su cabeza y se dirigió a una esquina en la que había un despacho, repleto de cartas, periódicos y fotografías de Álvaro.

—Me rompí la pierna cuando caí —la sorprendió él al verla mirar una foto de un accidente en la que aparecía por los aires—. Me tuvo fuera del circuito durante seis meses.
—Lo recuerdo —reconoció Joanne—. Fue en Inglaterra.
—Vaya, vaya —Álvaro se sentó sobre el escritorio, rozándole la pierna con la rodilla—. No pensé que fueras aficionada a las motos.
—En realidad no lo soy —repuso Joanne, arrepentida—. Esa semana tuve que sustituir a un compañero que cubría la columna de deportes.
—¿Escribiste un artículo sobre mí? —preguntó Álvaro, con las cejas enarcadas—. ¿Qué pusiste?
—Fue hace mucho tiempo, Álvaro —contestó Joanne, fingiendo que no recordaba cada una de las palabras de aquel artículo.
—Muchas gracias, Joanne —dijo Álvaro con sequedad—. Recuérdame que te llame si alguna vez tengo el ego por las nubes.
—A juzgar por todos tus trofeos, me iba a gastar un dineral en teléfono —replicó ella, sonriente. Luego se fijó en una agenda que había abierta sobre la mesa—. Cuántos teléfonos: ¿son todos de mujeres?
Amigas nada más —aseguró Álvaro, cuya pierna ya estaba rozándole uno de los muslos. Joanne sintió un chispazo eléctrico y se bajó de la mesa con disimulo, para mirar los retratos que había colgados en la pared. Y, de todas, hubo una antigua, en blanco y negro, que llamó su atención por encima de las demás.

Tres jovencitos guapísimos, con sonrisas cautivadoras. Álvaro iba de negro, estaba sentado sobre una moto y sujetaba un trofeo de oro mientras sonreía a la cámara. Jorsi estaba delante, de rodillas, mientras que Alejando se había retrasado y tenía los brazos cruzados sobre el pecho.

—Fue seis meses después de salir del instituto —la informó Álvaro—. Mi primera victoria.

Joanne se quedó paralizada al advertir la proximidad de Álvaro. Apenas podía respirar. No la estaba tocando siquiera, pero, aun así, sentía que se estaba consumiendo.

—¿Dónde está Alejandro? —acertó a preguntar sin que la voz le temblara.
—Alejandro da muchas vueltas —Álvaro se encogió de hombros—. No es fácil seguirle la pista..
— ¿Estuvo en la boda de Jordi y Elsie?
—Estaba fuera del país. Por negocios o algo así.

¿Estaba siendo evasivo?, se preguntó Joanne. Pero cuando se giró para mirarlo y vio el brillo intenso que salía de sus ojos, el corazón se le detuvo. Así, a fin de poner cierta distancia entre ambos, se dirigió hacia otra esquina del despacho, donde había una puerta entornada.

— ¿Qué hay ahí? —preguntó.
—Mi dormitorio.
— ¿Tu dormitorio? —repitió sobresaltada, al tiempo que se echaba para atrás con brusquedad, chocando contra el pecho de Álvaro.
— ¿Quieres verlo? —murmuró éste.
—No hace falta —rehusó Joanne—. Un dormitorio en el lugar de trabajo. Buena idea.
—La verdad es que sí —reforzó él—. No he tenido tiempo de buscar casa, así que he tenido que arreglármelas de alguna manera. Hasta tiene cocina. ¿Seguro que no quieres entrar?
—¿Intentas seducirme, Herreros? —se atrevió a preguntar Joanne, obligándose a hablar con desenfado.
—Cariño, ya te enterarás cuando quiera seducirte. Y no será un intento, te lo aseguro 
Repuso él, rozándole los labios con un dedo—. Además, ¿no te había prometido que no me pasaría?
—Mami, ¿dónde estás? —irrumpió oportunamente la voz de Tyler.
—Estamos aquí, mi vida —contestó Joanne, alegre de tener una excusa para cambiar de conversación.
— ¿Dónde pongo esta bicicleta tan chula?
—Intervino Jordi entonces, a pocos pasos del pequeño.

Álvaro salió del despacho y Joanne lo siguió tras esperar unos segundos para relajarse.

No debía haber ido allí. Por muchos años que hubieran pasado, por mucho que deseara que las cosas fueran diferentes, no podía permitirse estar cerca de Álvaro.

Pero, por el momento, no tenía otra opción. Miró a Tyler y observó el brillo feliz de sus ojos. El era la única persona a la que no podía renunciar. Haría cualquier cosa por Tyler; cualquier cosa, salvo dejar que Álvaro Herreros se hiciera un hueco en su corazón de nuevo.

—Sujeta la cadena —le explicó Álvaro despacio—. Ahora mueve los pedales..
Tyler frunció el ceño de pura concentración y, cuando la cadena comenzó a rodar, la cara se le iluminó.
—Lo he hecho —le gritó a Joanne—. ¡Mamá, estoy arreglando mi bici!

Joanne sonrió desde el despacho de Álvaro, el cual sabía que los había estado mirando durante la media hora que duraba ya la primera clase de mecánica que estaba recibiendo Tyler.

No sabía por qué, pero Álvaro intuía que Joanne Smith le tenía miedo.

Era una mujer guapa y sexy; inteligente, con un buen trabajo, una madre estupenda. No era el tipo de mujer por el que solía interesarse; pero no podía dejar de pensar en ella.

Pensó que quizá se sentía atraído por Joanne por el mero hecho de que ésta lo hubiera rechazado; pero tenía la corazonada de que había algo mucho más profundo que un simple desafío.

Nunca había tenido problemas con el sexo ni con las mujeres, aunque tampoco alcanzaba el éxito que le atribuían los periódicos sensacionalistas. En cualquier caso, había sido muy selectivo con las mujeres con las que se había acostado. De hecho, siempre se había encariñado de las pocas mujeres con las que había llegado a mantener una relación más íntima.


Pero nunca había amado a ninguna. Sólo había una mujer que lo perseguía en sueños desde hacía cinco años. Una mujer de piel suave y fragancia de pétalos de rosa a la que jamás había podido olvidar.

Había sido una noche extrañísima. Creía que había hecho el amor con Cindy, su ex novia, una mujer dulce con la que, en realidad, nunca había tenido muchas cosas en común. Al despertar y hallarse sólo en la cama, la había telefoneado y le había dicho que podían darle otra oportunidad a su relación; que había disfrutado mucho con ella la noche anterior. Cindy le había colgado el teléfono, pero no sin antes informarlo de que, aunque había asistido a la fiesta, no se había acostado con él.

Lo que lo dejó estupefacto. Había bebido algo, pero no como para emborracharse. ¿Cómo no se había dado cuenta?, se preguntó horrorizado mientras pensaba en maridos celosos y terribles enfermedades de transmisión sexual.

Entonces fue cuando miró hacia la cama y vio la mancha roja de la sábana.

¿Una virgen? Se quedó atónito y salió del dormitorio en busca de alguna pista que sirviera para descubrir la identidad de la misteriosa mujer... En vano.

Después de hablar con todos los amigos de la fiesta, Álvaro se resignó a aceptar que aquella misteriosa mujer había desaparecido igual que había irrumpido en su vida.

Sólo ella había despertado un sentimiento profundo en su corazón. Había soñado con aquella mujer todos esos años y, a pesar del tiempo que había transcurrido, la misma noche pasada se había repetido el sueño: no podía ver su cara, no podía hablar, y luego la mujer se desvanecía como el humo.

Quizá sólo deseaba aquello que no podía tener, pensó mientras miraba a Joanne acariciar el cabello de Tyler.

Pero, fuera como fuera, estaba convencido de que Joanne no le era tan indiferente como ésta pretendía. Quizá se estuviera haciendo ilusiones, pero tenía la sensación de que antes, en el despacho, cuando le había rozado los labios con el pulgar, ella había entreabierto los labios, como incitándolo a que la besara.

Había estado a punto, a puntísimo. Si Tyler no hubiese aparecido, seguro que la habría besado.

—Álvaro dice que puedo inflar las ruedas de la bici —dijo Tyler entonces, mientras tiraba de la mano de su madre—. Pero primero hay que cambiarlas, ¿verdad, Álvaro?
—Exacto, ya verás lo bien que queda cuando terminemos de arreglarla —contestó él.
— ¿Puedo montar en tu moto? —preguntó de pronto el pequeño.
—Quizá otro día —respondió Álvaro, tras advertir que Joanne fruncía el ceño—. Además, después de tanto trabajar, necesitamos reponer fuerzas. Os invito a unas hamburguesas.
—Álvaro... —Joanne hizo ademán de protestar, pero aceptó la propuesta al ver la cara de alegría de Tyler—. Álvaro Herreros, ¿qué demonios voy a hacer contigo? —añadió después de suspirar.
—Lo que tú quieras, Joanne Smith.

Y, para sorpresa de ambos, Joanne rió. Rió y su risa sonó melodiosa, suave como una armonía del pasado...

Álvaro pestañeó y el momento de embrujo desapareció. Sonrió, agarró a Tyler en brazos y llevó al pequeño al lavabo del taller.

Mientras tanto, Joanne los miró jugar y sintió que el corazón se le desgarraba.



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